martes, 13 de noviembre de 2012



1 “UN DÍA CUALQUIERA”

Se mira en el espejo y se ve mayor. Curiosamente por dentro se siente igual que cuando se miraba en el espejo hace años, pero la imagen exterior que le devuelve no es la misma. Ella lo ve y lo sabe: la piel un poco más marchita, los ojos que ya no brillan tanto, el perfil de su rostro que se desdibuja muy lentamente, el pelo que pierde soltura…..y bla bla bla.

-Del cuello para abajo, mejor no miro. Se dice. ¡Qué leches! A ver si me decido de una vez y busco algún sitio majete para que me miren bien las malditas arruguitas y me pongan botox, que seguro que con eso estaré “compuesta” unos años más. ¡Hala! Ya basta de mirarte al espejo. Se ordena.

Nuestra amiga es Pipisí. ¡Vaya nombre! No se lo puso ella, la pobre. En realidad sus progenitores, que eran muy tradicionales y tenían el gusto en el cu.., le pusieron Josefa, Pepi en el calor ñoño del hogar paterno y posteriormente conocida como Josefina en el colegio; Fina solo para la familia que se ve de vez en cuando, mayormente en bodas, bautizos, comuniones y funerales; Finita para los abuelos, pero a ellos se les permite todo; Pepa, que sonaba muy liberal y aguerrido, para los compis de la universidad, y finalmente Pipi para su mejor amiga, Marta, esa con la que uno está predestinado a encontrase el primer año de cole, y que te acompañará durante muchos años de tu vida; con la que se comparten penas, alegrías y demás cuitas, a la que se le cuenta todo todito, con la que no puedes parar de hablar por teléfono, aunque hayas pasado hoy mil horas con ella, que te entiende, te conoce, te quiere y es como algunos árboles,  perenne y presente. Esa misma, ingeniosa a rabiar, siendo aún muy pequeñas ambas, le dijo un día:

-Te voy a llamar Pipi-sí. Pipi porque me gusta más que Pepi y sí porque siempre dices que sí a todo. Eres la mejor amiga que se puede tener. Y nació Pipisí. ¡Horror! Menos mal que no lo sabe nadie aparte de Marta. Imagínate el abuso y la coña.

Es jueves, su día favorito de la semana, pero hoy no está demasiado contenta.

-Hoy no tengo ganas de hacer nada - dice Pipisí por teléfono a Marta -Estoy super “chof”.

-Pues hija, no sé de qué te quejas tú, tienes todo el tiempo del mundo. Si estuvieras como yo, condenada a levantarme todos los días para ir a la maldita oficina y verle la cara a la gilipollas de mi jefa…..¡Eso sí que te jodería! 

-No lo digo por eso, a mí no me importaría ir a trabajar, ya lo sabes. Me gusta tener un propósito al levantarme y ponerme mona por las mañanas. Tener que pensar en qué ponerme al día siguiente, por ejemplo, es un buen ejercicio diario y te mantiene activa. El aburrimiento es “mu” malo quilla.

-Ya, si solo fuera eso guapa…tener que ir a trabajar todos los días y aguantar al jefe ocho horas seguidas no tiene nada que ver. Seguro que si estuvieras en mi pellejo no tendrías ganas para el glamour del ¿Qué me pongo mañana?

-Lo sé mujer, estoy de coña- admite-. Bueno te dejo que me tengo que ir a chapa y pintura que salgo a comer.

-Vale. Luego hablamos.- Y ambas cuelgan.

Ya en el dormitorio, y frente al armario, piensa: ¡Uff! No sé qué coño ponerme, creo que hará calor. No tengo ni idea de dónde vamos a ir a comer, a ver si me emperifollo mucho y luego doy el cante.- Abre a puerta izquierda del armario y mira dentro. Son dos puertas correderas, justo las que no le gustan, pero claro, son las que menos ocupan, mientras abre la puerta hasta el final se distrae y se pilla la punta de los dedos contra el marco derecho. 

-¡Joder!- grita.

-Siempre me pasa igual con las malditas puertas…¡Pero qué asco las tengo! ¡¡¡Aghh, qué dolor!!! Odio estas puertas. Quiero un vestidor…..por favor, sin puertas, ni límite de espacio, lo necesito ¡YA!

Después de quince minutos está maquillada. Últimamente no le gustan los resultados. Algo falla; es un no sé qué, qué sé yo, que no le convence. 

-Creo que necesito el botox para ayer.- determina muy segura. 

Al final, no se arriesga y termina por sacar del armario lo que siempre se pone estos días. Repite unos pantalones de algodón de pinzas, una camisa de rayas (ella siempre ha sido muy de camisas, por lo de ir pulidita y eso) y un jersey a juego. Vaya, piensa, no sé si he engordado, no creo, o eso o tengo las tetas más grandes, esta camisa antes me cerraba y ahora el botón del medio me hace un hueco muy feo…..Bah, qué más da, llevo un jersey encima.

Nada de calcetines. Odia los calcetines y de paso las medias también. Se calza con unos botines horribles de color rata que aún no ha tirado directamente al cubo de la basura porque está esperando a comprarse otros que los reemplacen. Hay que ser muy lógico y práctico con eso de tirar. Regla de oro: no se tira nada antes de reemplazarlo por uno nuevo. Eso lo aprendió siendo joven y por experiencia propia. 

–¿Pero cómo es posible que me haya comprado yo estos botines tan horripilantes? ¿Y voluntariamente? Sin que nadie me haya obligado con una pistola apuntándome a la sien…..Yo, que tengo tanto gusto….Dios…cada vez estoy peor, parezco mi abuela.- se dice en voz alta.

Mientras cambia todas su cosas de un bolso negro a otro de color crema, cosas por otro lado, absolutamente necesarias e imprescindibles para la supervivencia en la cruel calle, piensa por enésima vez que lo que de verdad le gustaría es coger todo lo que tiene en el maldito armario de puertas correderas y tirarlo por la ventana, ver las prendas caer y volar hasta la acera, dejar todas las perchas vacías y salir rauda y veloz a comprar un entero, moderno y desafiante guardarropa nuevo.

 -¡Bah! Qué gustazo tiene que dar eso. ¡Qué “subidón” tan genial! Estrenar ropita todos los días…Jajaja, ¡Y qué tonterías me digo yo a mí misma!

Suena el abrir y cerrar de la puerta de la calle. 

-Ha llegado “Mr. Perfect”- concluye. 

Mr. Perfect es el marido, y es un santo y un salao. Se conocen desde tiempos inmemorables piensa Pipisí, o sea desde hace la tira, y llevan casados esos mismos años. La historia fue simple, chica conoce chico, chico se enamora de chica, chica no le hace ni caso, chico insiste hasta la saciedad, chica se lo piensa un tiempín, chico no se amilana (no es de esos), y finalmente chica da el sí y llevan la tira de años felices. Lo de Mr. Perfect, es el nombre secreto que Pipisí le puso después de llevar algunos meses juntos. Sabe que vivir con ella tiene lo suyo, aguantarla a diario, y sobre todo entenderla es complicado, y se necesita sobre todo una gran dosis de paciencia, en ocasiones infinita. Pero sobre todo está convencida de que él llegó a su vida en el momento perfecto, son la combinación perfecta y se entienden a la perfección sin tener que articular palabras. Ella es consciente de la suerte que tiene, y se lo agradece diario, a través de pequeños detalles y mimos que él devuelve presto y feliz. Son tan monos juntos.

-¿Ya estás? Uy qué guapa- él, siempre tan galante piensa ella. 

–Tú también estás guapete.- replica--. Va, vámonos que se nos hace tarde para comer y encima tengo que pasar por el cajero. Además hoy hay un tráfico, qué pa qué.- 

Ella sabe que está cansado y que probablemente le gustaría más comer algo rico hecho por ella misma en casa y después echarse un sueñito, pero le gusta sacarla a comer al menos un día a la semana. Jolín, sacarme a comer, ni que fuera un perro…- Piensa, y se sonríe ante la idea como una boba.

-Vamos ya estoy lista- y salen de su casa riendo. Cuando se cierra la puerta del ascensor, se le oye a ella preguntar:

-¿Por cierto dónde vamos a comer?

Mr. Perfect ha aparcado el coche muy lejos del restaurante y Pipisí no lleva calcetines. Andar con los botines sin calcetines ni medias le está haciendo polvo los pies. Y encima hace calor, lo que empeora el problema. 

Genial- piensa- Ahora tendré otra herida más en los pies. Mejor me lo callo. Y encima me aprieta la camisa. ¿Me quedará pequeña? Uff, qué agobio me está entrando, y qué calor tengo, me sudan hasta los pezones, leches.

Dentro del restaurante se está mejor, más fresquito. La comida transcurre muy agradablemente, siempre lo pasan bien juntos y a pesar de tantos años de convivencia, aún tienen cosas que decirse y sorprenderse diciéndoselas. Se ríen.

Al final de la comida y a la puerta del restaurante se encuentran con un conocido que hace meses no ven.

-Hola Fulanito, ¿qué tal? ¡Cuánto tiempo sin verte! ¿Cómo está tu mujer?

-Pues mira no lo sé, nos hemos separado hace tres meses- responde - Es que ya no la aguantaba más mira, de verdad, me tenía con sus histerias hasta el bigote, total que decidimos que ahora que los chicos son grandes, pues mejor así y tan amigos. ¿Y vosotros qué tal?- Y se les queda mirando sonriente.

-Bien- le dice ella de inmediato – nosotros seguimos juntos para variar- y se ríe ella sola a carcajadas.
Se despiden todos con sonrisas y un –Ya nos veremos, tenemos que quedar a tomar algo ¿eh? - Y cada uno sigue su camino en dirección contraria.

-Creo que te has pasado hija - le dice su marido - Desde luego a él no le ha hecho gracia tu comentario, a veces tienes unas cosas…..- y se calla, en el fondo divertido.

-Pues a mí sí- contesta cantarina y se despendola ella sola. De repente se acuerda que no se ha cambiado de bragas. 

Leches- piensa- se me ha olvidado cambiarme las bragas y ponerme las especiales para pantalones ajustados. Pipisí, es de esas mujeres que tiene ropa interior cómoda, grande y siempre fea para estar en casa, y luego tiene la otra ropa interior incómoda, diminuta y monísima, para salir. Esta vez se ha olvidado de quitarse su super braga de abuela y del tamaño de Francia.

-Seguro que voy marcando la bragaza en todo el trasero. ¡Horror! Y yo paseando palmito por todo el restaurante. ¡Qué feo! Seguro que Fulanito me está mirado el culo ¡El viejo verde ese! ¡Mierda, mierda y mierda! Y disimulando se tapa el trasero con el bolso, disimulando como quien no quiere la cosa, disimulando mientras cojea por el dolor de pies durante todo el largo camino hasta llegar al coche. 

(continuará...)