6 “EL ARTE DE LLORAR”
Está de pie ante el gran cristal del nido.
Hay más gente a su lado mirando a través de ese mismo cristal, casi todos
haciendo monerías y emitiendo unos ¡Ayyyyy! y unos ¡Oyyyy! que desde luego los
bebes diminutos que se encuentran del otro lado ni oyen ni ven. Algunos lloran,
unos desconsoladamente como si les fuera la vida en ello; otros lloran bajito y
lento, como suplicando; algunos hacen pucheros y luego empáticamente se dejan
llevar por el llanto generalizado y sucumben al ánimo de la mayoría. Únicamente
algún bebe que está borrachito de sueño en los brazos de Morfeo es inmune a
esta plaga de tiernas lágrimas.
Pipisí ha ido hoy al hospital, más
concretamente a la planta materno-infantil porque Rebeca, una joven vecina con
la que tiene cierta relación de incipiente amistad desde hace unos meses, ha
dado a luz a su primer hijo. El feliz padre le dio la noticia la noche anterior
y como buena vecina-amiga o amiga-vecina ha ido rauda y veloz a visitar a la
mamá y al churumbel. Es un varoncito, que en palabras de su orgulloso padre: “está
hecho un machote de lo tan sanote”. Ella no sabe muy bien qué tiene que ver una
cosa con la otra, podría estar igualmente muy sanota y ser una niña, lo cual no
significaría necesariamente que fuera una machota. En fin, cosas de tíos,
piensa Pipi. Lo que sí ha observado es que la criatura peina una mata frondosa
de pelo negro y bastante largo. Es raro que un recién nacido tenga tanto pelo,
o al menos a este lado del planeta. Ocurre quizás más dentro de otras etnias,
que no razas, (hoy en día decir esto ya no es políticamente correcto). Nuestras
abuelas decían antiguamente que los ardores de estómago de las féminas encintas
los provocaban el cabello de los niños dentro del seno materno, o sea a más
pelambrera más ardores. Pipisí ya no sabe qué pensar sobre este tema, las
abuelas sabían mucho de muchas cosas, eso es cierto, pero también eran muy ignorantes
de otras y esta podría ser una de ellas. Después de ver y admirar al niño
brevemente, se dirige a ver a la madre que seguramente es la que peor lo ha
pasado en las últimas horas.
Llama a la puerta de la habitación con
discreción y queriendo abrir despacito para no molestar el descanso de sus
ocupantes o ser testigo involuntario de alguna escena privada que pueda
resultar embarazosa es interrumpida y literalmente atropellada por la
retaguardia. Entra el marido en cuestión que como Pedro por su casa abre la
puerta de par en par y va saludando cual torero español a los sorprendidos pacientes
y personal médico.
-Pasa, pasa mujer, no tengas miedo. ¡Holaaaa!
Ya estamos aquí….Rebe tienes visita. ¡Uy! perdón no sabía que estaba el médico
– y se da la vuelta para impedirle la entrada a Pipi que, en actitud medio
encogida, se empotra contra el susodicho – ahora no podemos pasar, está el
médico con ella.- dice sonriente.
- Sí, sí, vale, hay que dejar que los
médicos hagan su labor. Esperamos aquí fuera desde luego.- pero sin quererlo le
suben los colores a los mofletes. Hay gente que básicamente no piensa. Típico.
Esperan pacientes en el pasillo
observando el ir y venir de enfermeras y visitantes. Él se acerca y hablándole
bajito, como si de una confidencia importantísima se tratara le dice: - Ya
tenemos el nombre. Ha sido difícil pero pensándolo mucho hemos decidido
llamarle León Apolo – y mira a Pipi esperando que le dé su opinión, que desde
luego no podrá ser otra que: -¡Qué bien, León y Apolo!
-¿Qué te parece, te gusta?
- ¿Eh?, sí sí……claro,- dice Pipi
buscando las palabras correctas sin éxito, - Es…..como mínimo original.
- Sí mucho, creo que le va muy bien. Para
el primero me inspiré en Leon Tolstói, - dice el marido mientras mete las manos
en los bolsillos del pantalón y mira al infinito. Continúa diciendo - que
aunque era ruso y no español, hoy en día los nombres son mayormente
internacionales y sirven para todos los niños sean de donde sean. Naturalmente Apolo,
como sabrás, es por mi padre, Apolonio, que quitándole la última sílaba queda digamos
…. más elegante.- Pipisí está literalmente, sin palabras.
Por fin sale el doctor y entran a la
habitación que Rebeca comparte con otra mujer más madura que también ha tenido
un bebé, el cuarto. ¡Joder qué valor! Piensa rápidamente Pipisí mientras la
congratula dulcemente con una gran sonrisa.
Pipi y Rebeca se abrazan y después de
los besos y felicitaciones de rigor se ponen a comentar los temitas habituales
de cómo estás, bien pero cansada, contracciones, parto, pre y pos, puntos de
sutura, subidas de leche, dar el pecho es buenísimo, sueño, se porta bien, sí
es un sol, muy buen niño…… y llegan al tema del nombre. Se produce un silencio
incómodo.
Rebeca mira a su marido y dice: - ¿Cielo
sales a llamar a mamá y le preguntas que cuándo viene?
-Vale, pero luego no me pidas que la
lleve a casa ¿eh? Que yo también estoy muy cansado y necesito descansar. Además
hoy hay partido. – Replica alegre y girando sobre sus talones sale al pasillo ya
con el móvil en la mano.
Rebeca sin más preámbulos agarra del
brazo a Pipi y muy bajito le dice: - Pepa no sé qué hacer, él solo ha elegido
un nombre horroroso para el niño sin contar conmigo y yo no quiero, pero no me
escucha y de verdad no tengo ánimos ni fuerzas para discutir, hoy no puedo
discutir, por favor ayúdame, dile algo, lo que se te ocurra. Que es horrible,
que no se lleva, que tendrá problemas legales en un futuro, por favor, lo que
quieras, lo que sea, pero algo. Ayúdame te lo ruego…- A la pobre Rebeca se le saltan
las lágrimas mientras suplica su ayuda, pero con cada palabra el llanto va en
aumento y termina siendo un cúmulo de sollozos de una joven madre envuelta en
una tempestad de hormonas juguetonas. A Pipisí le ha pillado lo sucedido por
sorpresa y no sabe muy bien cómo reaccionar. En principio no cree que pueda ni
deba decir nada al respecto del nombrecito de marras ya que no hay aún la
suficiente confianza, pero por otro lado, cómo negarse a semejante ruego.
Rebeca es una joven muy agradable y, vale que no son amigas íntimas pero tienen
una relación de nueva amistad y en todo rigor, su marido se está pasando tres
pueblos con el nombrecito de turno. Pero, por otro lado, tampoco es asunto
suyo. Recuerda que Rebeca tiene madre….- Rebeca no sé si podré ayudarte ¿Por
qué no se lo pides a tu madre, no crees que quizás sería mejor que ella hablara
con tu marido? Después de todo ella es familia……- dice Pipi.
-¡No! No se aguantan, no se pueden ver
ni en pintura, si ella le dice algo del nombre, es capaz de ponérselo
únicamente por llevarle la contraria. Por favor, por favor es un nombre
horrible, no lo puedo permitir, mi hijo será estigmatizado de por vida, no
podrá ir a ningún sitio sin que el mundo entero se mofe de él…..- y sigue
llorando de tal forma que las lágrimas han hecho una balsita de agua en el
hoyito existente entre sus clavículas. Pipi la mira sin pestañear un momento
mientras intenta decidir qué hacer.
-Vale le diré algo, lo que se me
ocurra….yo lo intento y ya veremos cómo sale, igual hasta va y me hace caso…
- Gracias amiga, no sabes cómo te lo
agradezco, ya verás que si le sabes coger el punto te escuchará. Él te respeta
mucho y no tengo duda de que tu opinión le importa de verdad.- Y dicho esto deja
de llorar, se deshincha cual globo y echando la cabeza hacia atrás cierra los
ojos y se queda medio dormida con una expresión angelical.
Pipisí suelta su brazo y suavemente se
despide de la vecina de hospital que ha sido testigo mudo de la historia y sale
al pasillo dispuesta a enfrentarse al fiero enemigo. Rápido, piensa en algo. El
marido que sigue hablando por el móvil con su suegra mientras pasea arriba y
abajo, ve a Pipi, dice adiós rápidamente y sonriendo se dirige hacia ella.
Pipisí prepara la mejor de sus sonrisas y en un tono muy amable dice: - Rebeca
está genial, muy contenta y muy guapa, pero muy cansada la pobre, ahora tienes
que cuidarla mucho.
-Sí, estamos muy contentos los dos.
Cuando lleguemos a casa podrá descansar mejor, ya sabes cómo son los
hospitales, pero está muy bien, yo creo que en un par de días en casita se
pondrá a tono, ya verás.
- Bueno ya me voy. Por cierto, ya sé de
qué me sonaba el nombre de tu niño. Es que cuando me lo has dicho, me he dado
cuenta de que me recordaba a alguien y no caía a quién, pero ya me acordé, al
chihuahua de una amiga mía que se llama Apolo. Es monísimo, tan chiquitín.-
Dice mientras mira hacia la pared de enfrente.
Él, pillado por sorpresa, no sabe qué
decir y avergonzado por el comentario de tan mal gusto de Pipi, se disculpa y
se despide de ella con una sonrisa congelada en la cara. Pipi disimula como una
bellaca, le da dos besos y se va. Está muy satisfecha consigo misma; su plan ha
sido infalible. Está segura.
A la salida del hospital se va formando
por segundos un grupo enorme de gente que se saluda y se da el pésame. Es
imposible ignorarles y no oír lo que dicen. Hablan muy alto entre ellos, se
abrazan y las mujeres lloran escandalosamente. Hay una en particular que grita
más que el resto y se lamenta: “¿Porqué Dios mío, porqué?”. Pipi que es muy
curiosa aprovecha su cercanía con otra mujer que como ella observa la escena, para
preguntar: - Pobre gente ¿Un accidente?-
-No accidente no, se les ha muerto un
familiar.
- Ya, alguien joven supongo…- insiste
curiosa.
- ¡No que va!, la abuela que ya tenía
114 años y que en paz descanse.- Pipisí los mira ahora y se sonríe. Sí,
definitivamente muy cansada debía de estar la pobre señora, seguro que para
ella morirse ha sido todo un alivio.
Cuando llega a casa recibe la llamada
de Marta.
-Te he llamado antes y no estabas.
¿Dónde has estado toda la tarde?
- He ido a visitar a Rebeca, ya sabes
mi vecina. Es que ha tenido un niño, es muy mono. ¿Y tú? ¿Qué tal todo? Te iba
a llamar ahora...– Hace una pausa y espera respuesta. Marta suspira y se toma
su tiempo antes de contestar.
- Pues muy mal. Sinfo y yo hemos hablado.
Bueno, él ha hablado más que yo, pero hemos decidido que lo nuestro ha
terminado.- Marta suelta la noticia y se queda en silencio. Pipisí sabe que su
amiga está haciendo un gran esfuerzo por no llorar.
- ¿Por qué? Oye ¿Quieres venir a casa y
me lo cuentas todo?
- ¿No te importa? Necesito hablar con
alguien o voy a reventar.
- No claro que no, no seas tonta, venga
vente rápido y tomamos algo.- Invita Pipi.
- Vale, voy para allá, pero si es de
comer que sea ligero que estoy a dieta. Hasta ahora.- contesta.
- Hasta ahora.- Pipisí se queda
pensativa unos segundos:”me lo veía venir, lo de estos dos estaba abocado al
fracaso más estrepitoso; qué pérdida de tiempo, para Marta claro, para él no,
con lo bien que le ha ido, casa, comida y chochín gratis para pasar unos días en
Madrid cuando le daba la gana. Pero que tontas somos las tías. Y encima otra
vez a dieta…¡será tonta!”
Llega Marta; se saludan y pasan a la
cocina. Cuando mira a los ojos interrogantes de su amiga ya no aguanta más y se
desmorona. Pipi la abraza y la deja llorar durante un largo rato. Cuando se
calma y se sienta, sirve dos cafés y dos trozos de pastel de zanahoria. Marta,
entre hipos y lágrimas le cuenta lo sucedido con su novio. Él le ha dicho que
lo suyo no va hacia ningún sitio, que ya no es lo que era, que la comunicación
es nula, que la relación no funciona, que lo suyo es más desamor que amor y bla
bla bla. Pipisí reflexiona un momento y afirma: - O sea que ya tiene a otra
vaya.
-Efectivamente.
-Pues que le den. Él se lo pierde,
seguro que esa otra no le aguanta ni dos días, eso te lo aseguro yo. Tontas
como tú hay muy pocas.- Dice Pipi.
-Oye no te pases, tonta no, enamorada
sí. Además, él no me ha obligado a nada, nuestra relación era cosa de dos, así
que no le puedo recriminar nada. Simplemente se nos acabó el amor, eso es todo.-
Pero seguía llorando y sus lágrimas sencillamente desmentían todas sus
palabras.
- Bueno, yo lo veo de un modo más
objetivo y no estoy de acuerdo, pero no voy a discutir contigo. Después de todo
el que te ha puesto los cuernos es él, pero ha conseguido que la culpable de
vuestro fracaso seas tú. Muy listo el Sinforiano. Sinceramente creo que vale
más estar solo que mal acompañado y tú estás mejor sin Sinfo, sino al tiempo.
Finalmente Marta se recompone levemente
y aunque muy deprimida, consigue levantar el ánimo lo suficiente para decidir
volver al despacho para intentar hacer algo de provecho lo que resta del día.
Pipi no puede evitar pasar revista a lo
acontecido durante las últimas horas. Ha visto a tanta gente llorar en tan solo
unas horas. Gente diferente con lágrimas diferentes. El tierno llanto de los
bebés, cuyo llorar es el inocente y único reclamo teñido de hambre, sueño, o malestar
para ellos aún incomprensible. El llanto desesperado y disconforme de una joven
recién estrenada en la aventura de ser madre. Lágrimas de una familia que
despide a un ser querido que desde luego ha vivido lo suyo y con la que la vida
o más bien la muerte parece haber sido muy generosa. Y finalmente el llorar de
una mujer que sufre un desamor anunciado y previsto, pero que no obstante sigue
doliendo. Qué de lágrimas físicamente idénticas y absolutamente distintas y qué
bien que existe el llanto, el desahogo universal. Pipisí nota cómo una lagrimita
juguetona resbala por su nariz, no quiere cargar con las penas que no son suyas
y no le pertenecen, pero no puede evitarlo.
Finalmente el hijo de Rebeca no se
llamó León Apolo sino Rómulo, por eso de que a su padre le encanta todo lo
italiano. Pipisí no ha podido hacer nada esta vez.
(continuará...)